9 mar 2019

Será entonces cuando no hará falta gritar

But I'm A Nice Guy de Scott Benson, en Vimeo.

Yo sé de adolescentes con un ladrillo en la mano en lugar de una muñeca
y niñas que blanden su muñeca rubia como si fuera una espada
y mujeres que con un giro de muñeca te cruzan la cara.

He sabido de mi abuela y sus sacrificios y de cómo se desvivió por sus hijos
y de mi madre y sus hermanas que dejaron sus estudios atrás para trabajar
y alguien podría mirarme decir: "¡eso es bueno! ¡Hicieron cuanto quisieron!",
pero no saben, no entienden lo que yo: que trabajaron para sostener a una familia
y para que sus hermanos varones tuvieran lo que a ellas se les negó:
una carrera, un máster, un grado superior,
un mejor futuro, un mejor salario, un hogar mejor,
más respeto, menos preocupaciones,
y aún con esas se olvidan del cumpleaños de mi madre
año tras año se olvidan y el teléfono no suena
y de sus hermanas no sé
pero me temo que también.

Si voy a mi estantería hay más hombres que mujeres, lo mismo que si voy a una librería.
En mis estudios - pagados por mi madre, que me ha criado sola - las mujeres escasean
no porque no hayan escrito: hay miles de poetisas, de pensadoras, de novelistas,
- humildemente me incluyo -
pero son proscritas y se las ha reescrito hacia el olvido,
porque recordarlas significa un esfuerzo que pocos están dispuestos a realizar
porque reconocerlas provoca malas caras, peores gestos y palabras:
"¡Eh! Existieron, ¿lo sabíais? Escribieron, tuvieron voz, no se la quitemos",
pero arrugan su ceño ya de antes hundido ante tu mera presencia y dicen:
"¿Es que acaso hemos de fijarnos en el género?
¿Las mujeres escriben distinto en cuanto a estilo?
No discrimines positivamente aunque yo te discrimine ahora mismo
negativamente".

Y así en un estudio tras otro, en miles de hogares, el conocimiento plagado
por una ausencia de lo femenino
no porque a nosotras no nos importe
no porque no sea nuestro campo
si no porque nos silencian, si hace falta, a escupitajos.

Pero resulta que también sé de esas muchachas que levantan la mano durante las clases
y comienzan la frase con un "perdón" innecesario
y se justifican mil veces mientras tienen a Minerva en la lengua y la garganta
como sus madres y abuelas, como sus tías y hermanas,
como cada una de sus amigas y todas las compañeras
que han pisado y pisarán la calle, las voces como las manos alzadas,
un grito común que desgarra las cuerdas vocales y en el que a ratos se siente la rabia,
que resuena y hace daño en el tímpano, como en otras ocasiones se siente la pena,
que atora la voz propia y trae lágrimas también de emoción, ¡de emoción!,
porque somos tantas - más que nunca me atrevería a decir - desde hace tantos siglos
y a la vez, faltan tantísimas
muertas
tiradas
asesinadas
violadas
olvidadas en un arcén
encerradas en sus casas
por vosotras gritamos y cantamos y se nos desborda esta sangre:
sale roja entre mis piernas, brota desde otras venas, se vuelve morada en vuestros pelos,
en vuestros pañuelos, en las fuentes: una mujer levanta a su hija hasta los hombros
y la niña observa la marea violeta que grita también por ella.

Cuando nazca la primera mujer que nunca se plantee su lugar por ser mujer
cuando no le haga falta pensarse dos veces la ropa con la que saldrá
cuando no vea las noticias temiendo que aumente la cifra de mujeres asesinadas
junto a la cifra de manadas;
cuando las calles sean tan nuestras como de otro
cuando no aguantemos sobre nuestros hombros el peso de un techo transparente
cuando el cuerpo que tenga esa mujer del futuro,
sea de la forma y el tono que sea,
no suponga vergüenza ni un objeto de discusión pública,
sino un bien privado, para ella y sólo para ella;
cuando todos los reclamos con los que perdemos la voz por decisión propia
para retomarla luego en miles de debates, discusiones y enseñanzas,
sean cosa de documentales, de relatos,
historias de abuelas que bajo su piel frágil fueron de diamante
y que guardan en los pliegues de sus arrugas la historia del mundo:
ese día, y no antes, habremos conseguido ser, al fin, del todo válidas,
del todo humanas,
del todo respetadas
ante todos lo que aún se atreven
a negarnos.

26 feb 2019

Canto a Nora Helmer



La pequeña y perfecta niña tenía las coletas tensas y rubias, una voz aguda que a todos gustaba, una sonrisa grande porque papá le tenía prohibido llorar. La pequeña y perfecta niña no se comía los mocos ni se arrancaba las pestañas y desde luego no le decía a otros niños que el Ratoncito Pérez no existe. La pequeña y perfecta niña era otra niña, no ella. Esa otra niña, tan rubia y modosita, no habría deshecho el pelo trenzado con cariño por su madre la mañana de la foto oficial del curso, y aparecería en ella ahora, impresa sobre papel, colocada en el salón junto a otro puñado de fotos de sí misma que mostraba su crecimiento, con las trenzas hechas y los ojos llenos, llenísimos de pestañas, y una sonrisa que levanta por igual sus dos mejillas. Pero ella tendía a lo asimétrico, a lo hueco, a los vértices.

Durante la adolescencia se podría haber llevado mejor con su familia. Si hubiese sido de otro modo, le habrían encantado la playa y los viajes en coche de ocho horas, porque no se marearía y se pasaría todas esas horas pegada a la pantalla de consola o con el libro de turno entre las manos. Los errores de los demás no le habrían impedido amarles y su estabilidad emocional se mantendría intacta y entonces todos la querrían y nadie la habría llamado retorcida cuando tenía, ¿cuántos decís? Ah, quince. Quince años y ya retorcida. Así era ella.

Se lo creyó con fuerza y la empezaron a llamar Master of Puppets con cierto recochineo dentro del cariño y la admiración, algunas veces incluso con reproche, y ella en un principio dijo: "¡Sí! ¡Sí! ¡Lo soy!", hasta que descubrió al mirar hacia arriba que se había atascado y enrollado en sus propios hilos, que le apretaban el cuello y le enrojecían el rostro y aún así tenía que seguir moviéndolos para que el resto, ¡el resto y no ella!, sonrieran.

Tuvo que aprender a desenrollarse, a entender la naturaleza y el arte del entretejer y así descubrir por dónde se podía resolver mejor el nudo - ya había practicado años antes con un juguete de esos para niños listos, que consistía en hacer a propósito un nudo dentro de un cubo que no se podía abrir para luego desatarlo desde fuera. No pregunten más al respecto, es complejísimo explicarlo de forma literaria, mis disculpas -. Tensó unas cuerdas y rompió otras hasta desenvolverse en una caída hacia el vacío y directa contra el suelo. ¡Quién le iba a decir a ella que los hilos entonces vendrían de otra parte! ¡Quién tendría el valor de advertirle que ya no serían los de la manipulación, sino una serie de cuerdas que ella misma se puso para no sobrepasarse!

Y ahora que decide romperlas, que se busca hacia un lugar donde respirar sin gargantillas, que se le descubre la posibilidad de observar sus nudos de bondage, tendrían que haberla visto tan mujer ya, tan adulta, oh tan sexy y seductora - ¡a follar, a follar! Como cerdos y llamándola guarra, que se lo cree, se cree de veras que no vale más que la asfixia que merece, dios qué mojada se pone la muy -, y se da cuenta de que no merece la pena, de que hay otros modos y no necesita esas cuerdas que ella misma, ¡ella sola buscando seducir y mantener!, se ha puesto.

Hacía años, esta niña odiosa, esta adolescente rebuscada, esta mujer mancillada, escribió algo sobre despegar, sobre tener alas. Ahora descubre que nunca las tuvo ni las tendrá y que pide el encuentro de dos líneas paralelas: en el infinito, sí, un lugar inalcanzable. ¡Alas, para que os quiero, si tengo pies para correr!

Estira y estira y se le abre la piel en mil estrías y al final las cuerdas se rompen y jadea y llora. "¡Mala, mala!", le gritan de fondo. Se lo cree, como siempre, pero no como siempre: ahora sólo un rato, ahora sólo un poco. Ni mala ni buena. Ni diosa ni súcubo. Ni reina ni esclava. Mujer que camina con caderas anchas y vello en axilas y piernas. Mujer sin camino ni alas en la espalda ni necesidad de volar. Caminante no hay camino se hace camino se hace camino al andar y camino tú me llamas y yo voy y me niegas que me vuelva y te sigo por el suelo como una briza de hierba: toma este vals que se muere en mis brazos y no, no, no me lo devuelvas, que mi cintura se quiebra, que se me dislocan los tobillos y se me salen los fémures de la cadera y así no hay quien camine, ¡no hay quien pueda!

Así se marcha la mujer nueva. Mírense a sí mismos antes de arrojarle la primera piedra.

24 ene 2019

Palos de ciego


Has sido una chica mala.
Has sido una chica muy, muy mala.

Podrías haberte contenido, haberte silenciado:
tú misma sabes
cómo amordazarte,
demasiados años de práctica
demasiadas ocasiones,
hostias, si aún lo haces,
hija de mil hienas,
triste escoria:
te aprietas el cuello y se te calienta el vientre.

Pero hablaste e hiciste,
hiciste antes de hablar,
hiciste deprisa
hablaste despacio,
creyendo saber pero nunca sabes
aún no sabes
ni quién eres.

(Te dice un profesor, un maestro,
que lo importante no es quién eres,
sino qué haces,
pero si aceptas esa narrativa
no eres más entonces
que lo peor
lo peor
lo peor que ha caminado
sobre esta Tierra).

Y ahora, ¿qué estás haciendo?
Palos de ciego
un día esto y al siguiente aquello.

Rompes corazones.
Los haces añicos.
Te vas odiándote
te vas sin irte
como si así ayudaras.

Rompes corazones:
los pedazos te los clavas
y te llamas mártir.

Dentro de un mes, una semana, un día,
nos veremos.

Dentro de un mes me cuentas
a quién has hecho daño.